Lavando la suciedad de otros
¿Conoce usted la historia de la vez que Jesús le lavó los
pies a sus discípulos?
“Sabiendo
Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había
salido de Dios, y a Dios iba,
se levantó de la cena, y
se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó.
Luego puso agua en un
lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la
toalla con que estaba ceñido.
Entonces vino a Simón
Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies?” (Juan 13: 3-6)
Para ponerlos en
contexto, en los días de Jesús el calzado era distinto al de ahora, utilizaban
sandalias de cuero que dejaban los pies descubiertos y era normal recorrer largas
distancias a pie, en terrenos llenos de polvo o de barro cuando llegaba el
invierno, los pies quedaban sumamente sucios y por eso era costumbre que al
llegar a cualquier casa judía hubiera una palangana y una toalla para que las
personas se lavaran los pies, en caso de las personas más adineradas asignaban
al esclavo de menor rango o importancia a lavar los pies a los invitados, esto
porque se consideraba una tarea humillante.
Jesús no tuvo problema en realizar esa tarea humillante,
porque Él sabía quién era y sabía que esa acción daría valor a las personas que
amaba y crearía una fuerte unión entre ellos.
“Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado
vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros.”
(Juan 13: 14)
Él nos pide que hagamos lo mismo, si cada uno
de nosotros tenemos claro quiénes somos y el valor que tenemos, seremos capaces de amar a otros de igual manera y no permitir que el orgullo sea algo que nos
lo impida, porque quizá este sea uno de los motivos por los cuales nuestras
relaciones están rotas, e inclusive un impedimento para que Dios cumpla en nosotros
su propósito.
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